Daniel Day-Lewis, el "mejor actor de la historia"
Lunes, 25 de febrero de 2013
Daniel Day-Lewis le dijo 'no' varias veces al director Steven Spielberg, cuando éste le ofreció interpretar a Abraham Lincoln. Pero cuando finalmente aceptó, el actor se metió en la piel del que fuera presidente de Estados Unidos: tanto, que por meses habló con el tono de voz de su personaje y hasta envió mensajes de texto a sus compañeros de elenco con lenguaje propio del siglo XIX.
Su paso por la cinta "Lincoln" (2012) fue para Day-Lewis una manera de reivindicar la historia.
"Fue un actor el que asesinó a Abraham Lincoln (en un teatro de Washington, en 1865). Entonces pareciera que corresponde que, de tanto en tanto, sea un actor quien trate de traerlo nuevamente a la vida", señaló.
Para su propia historia profesional, el trabajo le permitió batir un récord: con el Oscar que recibió este domingo en el teatro Dolby, Day-Lewis se convirtió en el primer hombre en ganar tres galardones máximos de la industria del cine en el rubro actor principal.
En las 85 ediciones del Oscar, dos actores han conseguido tres estatuillas, Walter Brennan y Jack Nicholson, pero al menos una correspondió a la categoría de reparto, mientras que sólo nueve actores tienen dos, entre ellos Marlon Brando, Gary Cooper y Dustin Hoffman.
En otras palabras: Daniel Day-Lewis acaba de convertirse en el mejor actor de la historia, al menos de la que escribe la Academia del Cine estadounidense.
"Steven me tuvo que convencer para hacer Lincoln, yo tuve que convencerlo de que no fuera musical", bromeó el británico, quien desde el escenario dedicó el premio a su madre.
Había estado allí, detrás del micrófono, hace cinco años, cuando recogió el Oscar por "Petróleo sangriento": el segundo después del conseguido en 1989 por "Mi pie izquierdo".
Presidente estadounidense, actor extranjero
La historia dirá también que el británico Day-Lewis -criado en el sudeste del Londres y residente en Irlanda, con doble ciudadanía desde 1993-, fue el primer actor en conseguir un Oscar por interpretar a un presidente estadounidense.
Y no a cualquier mandatario, sino a uno de los héroes nacionales más reverenciados, por su mandato durante la Guerra Civil y, sobre todo, por su decisión de abolir la esclavitud, que se concretó tras la aprobación de la Decimotercera Enmienda de la Constitución.
Lincoln es, paradójicamente, una de las figuras más admiradas por los estadounidenses y una de las más desconocidas: una de las razones que esgrimió Day-Lewis para justificar sus dudas ante la oferta del director Spielberg. Su rostro ha quedado "congelado" en estatuas de mármol o en las monedas y no existen registros de su voz, por ejemplo, ni de su manera de moverse.
"Tenía todo por aprender… unas pocas imágenes, unas líneas de su discurso inaugural y otras de la alocución de Gettysburg eran todo mi conocimiento de la vida del hombre", señaló Day-Lewis en una entrevista durante la promoción de la película.
Tenía, además, el peso de crear una "reputación del mayor presidente que este país (Estados Unidos) jamás ha conocido" –según expresó- para millones de potenciales espectadores del cine comercial.
Dice que le llevó un año sentirse cómodo con el personaje. ¿El resultado? Un Lincoln "más humano", según los críticos, intenso a la vez que con matices, de voz quebrada tal como la describen los reportes de la época y lejos de la que se imagina en un orador de su talla. Una interpretación que fue calificada de "maravilla del cine moderno" por "The New York Times".
Parecía que el Oscar estaba a un paso: los pronósticos lo dieron como favorito por amplio margen sobre Bradley Cooper, que hace de enfermo mental en "Silver Linings Playbook"; sobre Denzel Washington y su piloto de aviones alcohólico en "Flight" o el vagabundo veterano del guerra que Joaquín Phoenix compuso en "The Master", y sobre Hugh Jackman y su Jean Valjean en la versión cinematográfica del musical "Los Miserables."
El más buscado
Antes de la estatuilla más codiciada, Day-Lewis consolidó sus posibilidades recogiendo cuanto premio a mejor actor le pusieran por delante: el Globo de Oro, el SAG del Sindicato de Actores, el BAFTA británico, el de la Sociedad de Críticos estadounidenses y otra treintena.
Así, este hombre altísimo, de mirada penetrante y apariencia jovial para su edad se convirtió en el más buscado de las salas de prensa, donde van los ganadores, estatuilla en mano, a encontrarse con los periodistas. Quizás porque suele custodiar con celo su vida privada y cualquier oportunidad para hacerle preguntas sobre sus treinta años de carrera es bien recibida.
Poco quiere contar: se le nota. Habla con timidez –agachándose un poco para quedar a la altura del micrófono, mirando de ratos al suelo- de cómo el fenómeno Lincoln lo tomó por sorpresa.
"Los miembros de la Academia aman las sorpresas así que lo peor que uno puede hacer es construirse expectativas", dijo ante BBC Mundo en ocasión del premio SAG y en referencia al camino que le quedaba por delante.
No sólo los periodistas desconocen a este hombre que vive por fuera del radar de Hollywood: lo curioso es que lo mismo dicen muchos de sus mismos compañeros de trabajo.
Joseph Gordon-Levitt -que interpretó a Robert, hijo de Lincoln- dijo que no fue sino hasta el fin del rodaje que pudo hablarle a Day-Lewis como tal: "Nunca conocí en persona a Daniel, sólo conocí al presidente. Lo llamaba señor, él me llamaba Robert".
En tanto, Sally Field –su esposa Mary Tood, en la ficción- reveló que fue la destinataria de los mensajes de texto que Day-Lewis mandó, durante los siete meses que duró el trabajo, escritos en lenguaje coloquial del siglo XIX.
El "método"
La razón de estas conductas hay que buscarla en la rutina de trabajo por la que Day-Lewis es conocido: como "actor de método" –una tendencia inspirada por Constantin Stanislavski y formalizada por Lee Strasberg en los años ’40-, el británico pasa por un proceso de inmersión completa en el papel que le toca, para apropiarse de emociones y pensamientos y mirar el mundo desde la perspectiva del personaje, tanto como sea posible.
Aunque a él lo incomoda hablar de sus técnicas, desde los rodajes llegan anécdotas que lo pintan de cuerpo entero: en "Lincoln" mantuvo la voz creada para el expresidente entre toma y toma y pidió a los británicos del equipo que no le hablaran, para no tentarse de recuperar su propio acento.
Para "Petróleo sangriento" (2007), donde encarnó a un ambicioso magnate petrolero, Day-Lewis evitó todo contacto con su compañero de elenco, Paul Dano: en la ficción eran enemigos acérrimos y no quería que la familiaridad entre colegas arruinara la construcción de la historia, según contó Dano en entrevistas.
Y hubo casos más extremos: en 1989, para "Mi pie izquierdo", se negó a abandonar su silla de ruedas por semanas y pedía que lo empujaran y lo alimentaran en la boca, en un intento por construir al escritor cuadrapléjico Christy Brown; luego, en "El nombre del padre" (1993) se quedó sin dormir tres noches seguidas para la escena del brutal interrogatorio de un hombre falsamente acusado de terrorismo.
Estas técnicas le han servido para ganarse el respeto y la admiración: no se cuestiona su estatus de ícono entre los actores, mientras que quienes lo dirigen destacan que su rigor y su dedicación hacen casi innecesario el ensayo.
Aunque también lo han hecho objeto de críticas, acusado de pretencioso y demasiado excéntrico. Muchos recuerdan el que fuera tal vez el traspié público más notorio en la carrera del británico: cuando interrumpió una función de "Hamlet" en el Teatro Nacional de Londres, bajándose del escenario y estallando en llanto tras bambalinas, entre rumores de que, concentrado en su papel, realmente había llegado a ver al fantasma de su propio padre muerto, con quien no había tenido una relación fácil.
Day-Lewis reconoció luego que "probablemente veía al fantasma de mi padre cada noche" y que meterse en la piel del Príncipe de Dinamarca había removido su interior a partir de que "exploras todo desde tu propia experiencia".
Nunca volvió a hacer 'Hamlet'. Tampoco volvió jamás a hacer teatro.
Pero el flamante ganador del premio de la Academia defiende la actuación de método, no sólo porque le haya dado fama y honores: es, dice, la única forma en la que entiende su trabajo.
"Componer un personaje siempre es un largo proceso que implica crear un mundo para mí mismo y para las otras vidas que se expresan en ese mundo. Ahí es donde está el placer del actor: lo que se me haría extraño sería entrar y salir de ese mundo que he creado. ¿Por qué salirme, si ahí es donde quiero estar?", reveló el actor ante BBC Mundo en la entrega del Globo de Oro, en enero.
Recientemente, lo puso en términos más sencillos: "Sólo voy al rodaje a probar y a trabajar." Lo que queda es su cine: el que le ha dado tres Oscar y un reconocimiento por el que está, dice, "silenciosamente, suavemente asombrado".
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